*Teks-tura

Deslizando nuestros dedos sobre la cara de un cuenco cerámico, posando nuestro labio junto al suyo, descubriendo mediante el tacto qué superficie le caracteriza, sentimos sus texturas acariciándonos. Estas, cual texto descriptivo, nos hablan de su fábrica y, si ponemos atención, nos narran su proceso de manufactura. Pero también, leyendo más poéticamente, podemos escuchar con las yemas ritmos y seguirlos a lo largo de toda su convexa extensión, dejando ya que terceros sentidos sean quienes se centren en sus otras propiedades, resultando, finalmente, una experiencia holística.

Este aspecto táctil, a priori el más superficial de nuestro objeto, encripta sutilmente mensajes no tan evidentes. Pensemos que el trabajo de texturizar eleva las posibilidades de una forma al infinito. Nuestras solas huellas son capaces de hacer única una pieza con tan solo posarse sobre ella. Las herramientas que acompañan al alfarero, irrepetibles si son artesanales o empleadas de manera personal aun siendo comerciales, generan improntas que ni uno mismo podría repetir con exactitud a propósito. Pero más allá de los útiles que sean empleados —que son elegidos a conciencia— el estado de ánimo determinará definitivamente los trazos, la dedicación, el mimo…  De tal suerte que inevitablemente cada momento se concederá un texturizado íntimamente ligado a los sentimientos y pensamientos que ocupen la mente del artesano. Dejando así, tal vez, tejido sobre la fina y fría faz de su vasija, donde otros solo ven líneas, un velado mensaje de amor.


Imagen de portada: Rosenberg, A. y Heyck, E., 1905. Geschichte des Kostüms. Material impreso, Smithsonian Libraries.