Taller
Liviano como el fuego, así es un hogar, pues está allí donde se hallen sus componentes y arda la llama de sus sentimientos, siendo la ubicación irrelevante. Puede viajar tanto como uno y sus seres queridos sean capaces de andar e incluso aflorar en lugares desconocidos e inesperados durante el camino. Mientras que las sedentarias casas no mudan de un sitio a otro y solo en su forma más elevada llegan a hospedar familias efímeramente.
Comparte esta ligera cualidad el taller, que no es físico, sino que se materializa temporalmente allá donde esté el artesano. De localizarse definitivamente en algún lado, habría de encontrarse en algún lugar entre la imaginación y las manos, proyectándose fugaz y huidizamente sobre una imperfecta realidad para curarla. Es así: tan nómada como todo lo que verdaderamente amamos. Esta propiedad errante alza sobre cualquier frontera material las capacidades del ser que las porta consigo, pudiendo migrar y prescindir de cuantas cosas materiales se le opongan o le lastren porque sembrará su artesanía allá donde amanezca. Y qué mejor emplazamiento para hacerlo que al calor de quienes tanto quiere. Es decir, su hogar.