Ruinas

Las ruinas pueden entenderse como las verdaderas supervivientes. Mientras otras cosas persisten transmitiéndose, como la vida o las ideas, las ruinas son los restos que se resistieron al cambio, a mutar, a transformarse, adaptarse o migrar en otros entes. Causándoles así, esa rigidez, un destino aparentemente trágico y quizás ya definitivo. A cambio, lo que resta de ellas, es lo mismo que fueron y que siempre serán hasta desmoronarse.

Entonces, del mismo modo que sucede con un acueducto agujereado por infinitas guerras con arcos monumentales que, cual milagro, nadie entiende que resistan siquiera en pie tras incontables asedios no solo de enemigos, sino sobre todo del tiempo, poderoso donde los haya, que nadie le gana batalla y todo lo arruina; los cuencos también son muchas veces ruinas fruto de la lidia con el fuego que los deforma, los estalla o derrite, los hace magma, los pulveriza, los mancha, los agrieta y estría o les arranca pedazos de su carne cerámica. Y cuando no fueron víctimas de las llamas, temerosos de una omnipresente gravedad siempre acechante que serpentinamente parece que les llame.

Pero si algún día llegaren a ser ruinas, realmente no sería tan trágico, ¿pues acaso algo embellece e inspira más que unas ruinas entre tanta cotidianeidad? Porque son ese mensaje inalterado que habla de un pasado, una historia que sucumbió, pero que vivió y de algún modo sigue siendo porque está frente a ti en este momento.

Imagen de portada: Doré, G., 1874. Acueduc antique, a Mérida. Ilustración, Biblioteca de la Universidad de Sevilla.