Perros

Cuando uno recibe un cuenco y piensa en el uso que le dará, seguramente lo más inmediato que venga a poblar su imaginación sea la función de contener alimentos. Y quizás, solo si no fuera apropiado para esta usanza, pensaría entonces en terceras opciones como contener otro tipo de objetos. La prueba que con más fuerza y simbolismo apoya esta hipótesis la encontramos en las enseñanzas de la persona que probablemente más haya pensado el sentido último de un cuenco: el cínico Diógenes de Sinope.

Este afamado filósofo, pasó sus días entregado a desprenderse de lo material, por ser superfluo y mera atadura u obstáculo en el camino ascético hacia la sabiduría. De él se dice que apenas contaba con una tinaja por casa más un manto con que cubrirse, un báculo para ayudarse a andar y un zurrón, donde transportaba una pequeña vasija y un cuenco para comer como únicas posesiones. Acorde a su cosmología no necesitaba más, a la vez que tampoco podía permitirse contar con menos cosas para llevar una vida funcional que sirviera a su propósito sapiencial. Pero un día, al ver a un niño comer sus lentejas directamente contenidas en la concavidad de un tipo de pan griego con forma de seta, consideró ya el cuenco del todo prescindible. Porque, en definitiva, para este ilustre pensador, la esencia de este conquiforme útil es recibir alimentos en su interior.

Imagen de portada: Gérôme, J. L., 1860. DiogenesÓleo sobre lienzo, Walters Art Museum.