Osadía

Un cuenco al día, menuda osadía. Quizás uno piense que no hay dificultad en hacer cosa tan simple y sencilla como un cuenco a lo largo de la jornada. Tal vez estemos dando por supuestas muchas cosas de nuestra vida diaria. Es posible que lo que tomábamos por garantizado, fuera tan solo un don temporal con el cual éramos agraciados. Y uno lo descubre al verlo ir, escurrírsele de las manos inexorablemente, sintiendo una inmediata nostalgia salpicada de negación e incredulidad. Ningún nuevo día está protegido frente a la incertidumbre del destino. La planificación es quién sabe si un tipo de miedo al futuro, igual que lo puede ser la improvisación, su opuesto y a la vez tan parejo. Lo venidero nos persigue tanto como nosotros a ello, dándose una especie de oscura danza donde dudamos quién será el bailarín que dirige y quién se deja llevar. La música son los acontecimientos que sobrevienen, marcando el ritmo del relato. Queremos creer que escribimos y queremos creer que estaba escrito, ambos casos para preservar nuestro corazón y nuestras entrañas de algo sobre lo que no podemos tener certidumbre. Porque a la vez buscamos y evitamos respuestas para calmar la aflicción de la inquietud. Pero el devenir nunca es cierto, hasta que deja de ser tal y se torna en pretérito. El cuenco hecho es el pasado y el que está por hacer es muy osado.

Imagen de portada: Goya, F., circa 1786. Una mujer y dos niños junto a una fuente. Oleo sobre lienzo, Colección Carmen Thyssen-Bornemisza.