Momentos II

 

Cuando el alfarero otorga formas al barro, lo hace gracias a la plasticidad que la justa cantidad de agua le confiere a este. El punto exacto de humedad, según la pieza pretendida, es reconocido por el artesano experimentado, que necesita hacer un cálculo del tiempo, de las contracciones y de las propiedades que tendrá la arcilla en cada instante del proceso. Es el agua quien mide su tiempo porque la pieza la va espirando hasta expirar con ella su flexibilidad, convirtiéndose en cosa estática, ya no manipulable salvo siendo resucitada con este fluido, pagando con su forma la nueva oportunidad.

Debido a esta naturaleza, corresponde al buen alfarero saber en qué momento acariciar la pieza con suavidad, cuándo asirla con fuerza y en qué ocasión calarla, bruñirla, adherirla o voltearla. No funciona ser caprichoso porque cada propósito, en este proceso de dar forma a algo, tiene un momento preciso y un orden en que ser ejecutado. Si ese pedazo de barro está listo para cada paso, el artesano lo adivina con el tacto de sus manos, posándose sobre la pieza para sentir la humedad presente en ella y sentir así si la puede lanzar al torno, repasarla con un palillo o enderezar. Por eso, si el barro mide su tiempo en agua, el reloj con que percibimos las horas son las manos. Y así, en definitiva, teniendo tacto sabemos qué momento es.

Imagen de portada: Degas, E., circa 1882. WaitingPastel sobre papel, Getty Center, Los Angeles.