Letras

Hubo un tiempo en que los cuencos tenían la facultad de hablar y participar en conversaciones. En la época en que las divinidades moraban en el Olimpo y los héroes griegos realizaban sus hazañas, la escritura no fue muda, sino que debía ser recitada para descifrar su mensaje ante una audiencia. En aquel entonces, los vasos griegos se presentaban a sus espectadores, susurraban mensajes a los comensales mientras degustaban su contenido y otras veces presumían juguetonamente de belleza.

Tan oral era la grafía en Época Clásica, que el enamorado heleno Aconcio supo conquistar creativamente a su deseada Cídipe, esquivando todas las barreras sociales entre ellos, lanzándole una manzana tallada con unas líneas de texto que ella no pudo sino recitar al recogerla. De este modo, al hallarse en el templo de Artemisa y declamar que juraba por esta diosa que no se casaría salvo con él, una fuerza sobrenatural veló por que acabaran uniéndose en lo que sería un feliz enlace.

Por ello, si un día escribir sobre el barro o los alimentos tuvo ese poder: el de permitir hablar a los objetos y hasta unir los amores imposibles, entonces a un cuenco del presente le honraría conservar esa mágica reminiscencia. Así, quizás en la firma podamos encontrar mensajes legados por nuestros ancestros, presentándose y sin duda hablando de amor. Y quien sabe si dando la vuelta al cuenco, leyendo, podamos descubrir historias personales y un universo de significados por desencriptar.

Imagen de portada: Devedeux, L., circa 1850. Diana déesse de la chasse entourée par ses seviteurs dans un cadre forestier lumineux. Óleo sobre lienzo, colección desconocida.