Gobierno
Para la consecución de cualquier objetivo hace falta una cuestión inicial: preguntarse qué se quiere lograr. Después vendrá, si acaso, la elección del método para intentar alcanzarlo, pero es fundamental esa primera autointerrogación sobre qué se desea. Así, sin introspección no parece viable un impacto dirigido y consciente sobre nuestro entorno. Digamos, por tanto, que el gobierno sobre nuestra jurisdicción se apoya capitalmente en el autoconocimiento personal.
¿Cuáles son entonces esos dominios sujetos a nuestro mando? Cada uno podría hacer su propio ejercicio de reflexión, pero en mi caso diré que muy específicamente son los cuencos. Y como área bajo mi administración y tutela, siguen una serie de reglas que yo marco, a veces despótica y liberticidamente, mientras que otras pretendo seguir una serie de principios universales sobre la cuenquitud, concebidas con la ilusa pretensión de ser perfectos bajo algún canon tan divino como humano. Todos ellos comparten soberano y quizás en conjunto también les una un propósito o destino. Son una nación, donde habitan varias generaciones, que nacieron en distintas épocas de mi mente y de mi corazón. Una sociedad de cuencos, cuyo representante político único toma las decisiones que les condicionan, quien escribe su historia sin importar tanto lo que ellos digan, salvo que alguien los quiera escuchar directamente y sepa interpretar sus expresiones. De momento están bajo mi control, pero el día que los muestre se me pueden rebelar y revelarme.