Esoterismo


Los cuencos, que un día fueron barro y hoy son fina cerámica, comparten características con quienes tenemos el placer de emplearlos. Seguramente esas coincidencias no sean más que nuestro reflejo, una proyección necesariamente humana sobre aquello que nos rodea y envuelve. Así, una de tantas coincidencias, la necesidad de calor para hallarnos plenos nos caracteriza a ambos. De esta manera, el barro jamás llegaría a ser cerámica sin la transferencia de calor de esa llama que hace vibrar internamente a todas sus partículas, consolidándolas y dándoles esas propiedades definitivas de la cerámica. ¿Acaso somos nosotros diferentes?

Vemos los cuencos y el mundo con los mismos ojos y lo sentimos con el mismo corazón, queramos o no. En la cámara del horno no sucede igual que cuando hablamos de ese otro ardor que a nosotros nos derrite o nos quema, eso es una obviedad. Y la relación está solo en nuestra quizás demasiado poética imaginación, deseosa de signos, de mensajes que nos hablen de lo que nos preocupa y de que al menos ilusoriamente satisfagan nuestros deseos y anhelos. Es tentador ver lo que uno quiere, aunque solo sea una ficción; y justificar con ese esoterismo lo que nos sucede, descargando responsabilidades. Pero al menos, cuando lo que proyectas es fruto de una creación, materializada en esos pedazos de cerámica con forma de recipiente, sí que hay un mensaje irremediablemente cierto, el que tú escribes.


Imagen de portada: Goya, F., circa 1820. Viejos comiendo sopa. Óleo sobre muro, trasladado a lienzo, Museo del Prado, Madrid.