Empoderamiento
Es posible que lo que verdaderamente somos, sea aquello que jamás nos podrán arrebatar. El alfarero no lo es, entonces, por su torno; como no lo es el monje por su hábito. Así, aun privado de toda máquina o herramienta, e incluso desposeído de su materia prima y todo recurso económico, él tendría todo cuanto necesita, si realmente nos encontrásemos ante uno auténtico y completo. Pues aquel que imaginamos sabría obtener su propia tierra, así como diseñar y fabricar todo objeto necesario para sus menesteres. Y otro más virtuoso hasta podría permitirse prescindir de todo artificio teniendo su cuerpo, con sus manos como útil primigenio, toda vez que definitivo, para concebir figuras. Pero más sorprendente todavía es saber que ni la ausencia de manos sería el límite, puesto que mientras sea posible dar forma con algún rincón de su estructura corpórea, existiendo el tacto, perviviría el alfarero.
Más allá de los límites de la movilidad, el desarrollo tecnológico actual permite controlar ordenadores mediante la mirada y con impulsos cerebrales; esto último por ahora de forma experimental. Así, junto con programas de modelado e impresoras 3D de barro —ya bastante extendidas— harían posible que personas con total incapacidad de movimiento, solo con la voluntad, la formación y la financiación pertinentes, pudieran seguir creando de forma sorprendente e inspiradora.
Por todo esto, resulta estimulante entender la alfarería como empoderamiento para quien la disfruta como oficio. Porque es algo que no te pueden quitar y que te motiva a superar las barreras y dificultades, ya que, honestamente, no puedes poner ninguna excusa que te convenza de que no eres capaz de agarrar un pedazo de barro y darle forma.