Conformación
Las formas de hacerlo pueden —y seguramente deban— cambiar, evolucionar, fruto de la adaptación a un medio que inexorablemente transita por el inescrutable tiempo. La resistencia es fútil, ingenua, soberbia e irremediablemente comparte destino con la pasividad. Una vanidad que quizás tan solo se transciende fluyendo con el devenir, bailando conscientes su música, dejando que sus notas, aunque incomprensibles, nos lleven y nos hagan danzar. Disfrutando, sintiendo que quizás no somos más que otro instrumento al desplazarnos taconeando; al vibrar con los acontecimientos cual cuerda para acabar resoplando después y dejar que ese viento, deslizándose por nosotros, sea la melodía que otros escuchen. O quizás todo sea un sueño, una ilusión.
El cuenco de hoy, el de ayer y el de mañana irremisiblemente emanan de fuentes hermanas, pero diferentes; hijos del momento que los engalana a merced del tiempo y de la llama para ser nacidos a fuego lento de entre las manos de quien les ama. Su sino es ser impar, virtud y condena de quien se sabe sin igual. Unidos en la solitaria exclusividad, consolándose soñando la transcendencia. Cada uno es la respuesta en sí misma a la pregunta de quiénes son. Son la descripción sin palabras de cada instante que existieron. Existieron porque alguien los identificó. Y así, en cierto modo, crea el cuenco quien lo sabe ver, no tanto o no solo el que manipula la profana materia que lo conforma.
Imagen de portada: Alma-Tadema, L., 1890. An Eloquent Silence. Óleo sobre lienzo, colección desconocida.