Cocrear

Aunque uno piense que crea, cocrea. Desde la forma con sus curvas y grosores, hasta los materiales con sus texturas y colores, pasando por los más variados temas con que los decores, todos preexistían, aunque uno lo ignore. Uno se limita a evolucionar a partir de lo que otros empezaron mucho tiempo atrás, la mejor de las veces innovando en algún aspecto. Y en este sentido, la selección no está garantizada: la originalidad no implica el éxito, que en este sentido se mide con la permanencia a través de la replicación. Las efímeras modas, entonces, no serían más que un tipo muy particular de fracaso evolutivo o, en el mejor de los casos, un eslabón más, llamado a dar paso a terceros. En cualquier caso, seguramente la novedad surja de la mezcla. Porque si la innovación es hija de la imaginación y esta se nutre de información existente, lo novedoso solo puede ser producto de la mixtura: aleación de ideas y cosas que antes forjaron otros.

A la vez, nada de eso ocurre en el vacío, sino en un contexto donde estamos inmensamente acompañados. Ningún cuenco está libre de las experiencias que marcaron al hacedor, las cuales están pobladas de seres queridos y querientes. Y las ideas que acabarán influyendo en los nuevos objetos del alfarero son fruto de situaciones en las que su compañía le inspiró. Por eso, cocreamos y por eso el artífice debe valorar a su entorno a la vez que ese marco que le rodea seberse también autor.

Imagen de portada: Benlliure y Gil, J., circa 1890. La tertulia. Oleo sobre lienzo, Colección Vicente Fuster.