Apología de la color

El barro pinta la piel de la color de mis hermanos; mágico poder y dichosas manos que bien se visten de tonos indios, nórdicos, orientales o africanos. Vérselas teñidas de un color guineano o pálidas con porcelana de porte germano, tal vez de asiáticos ocres ferrosos o quizás cobrizas, cual indiano. Precioso efecto y tanto más: sano; que de pronto ves en ti, lo que otrora lejano. Y así, impregnados de un mundo, sentimos, queremos y trabajamos. Que para los alfareros la barbotina es pues, el maquillaje que nos damos para la cita que tenemos con cada pieza que creamos.

Antier fue rubia, ayer trigueña, hoy es bermeja y mañana será cana. Mas no importa su tintura, que siempre nos gana. Sus formas, su cintura, lucirán sea en alba, oscuro, dorado o grana. Será preciosa en todas las gamas, que la coloración es un reflejo, y cosa distinta el alma. Y esta dignidad la poseen todas, sean de firma divina, sean de autoría profana. Así pues, disfruta sin rubor los visos de la tierra de donde emanas, mézclala, conoce, si deseas, otra más lejana, que siempre será bella, porque lo es en función de lo que haces con ella, no del tinte que la engalana.

Imagen de portada: Haynes-Williams, J., 1908. Before the great Fiesta. Óleo sobre lienzo, Düsseldorfer Auktionshaus.