Principio y fin
Al principio, uno piensa que va a hacer un cuenco. Y lo hace. Después otro. Día tras día. De repente, llega un momento en que uno se pregunta cuándo empieza realmente a hacer cada uno y cuándo lo termina. Porque esos recipientes, aunque los podamos considerar individualmente, son un continuo que se trenza diariamente. El día que amasas el barro, el que lo torneas —el cual le da número—, el que lo retorneas y firmas, otro los bizcochas en compañía, después lo esmaltas y vuelta al horno. En ese proceso se van ligando unos a otros. Uno es el antecesor de otro, porque en aquél surgió una idea que se desarrolla y potencia en los siguientes. A veces comparten pie, otras boca, cuerpo, texturas… Y claramente se puede ver que son una familia, sin que importe su color.
Entonces, ¿cuándo empieza un cuenco y cuándo termina? Si consideramos la intención, más allá del hecho material, corremos el riesgo de que la respuesta sea infinita. Pero incluso la respuesta más materialista va a serlo, pues el camino de esa materia hasta llegar a ser cuenco, pasando por el taller, se puede trazar sin fin hacia el pasado. Simplemente comparte un rato conmigo y aprovecho para otorgarle una de las formas más bonitas que conozco y soy capaz de otorgar. Digamos que yo no creo objetos, acompaño al barro en su devenir y lo uno temporalmente a nuestra especie en forma de cuenco.