Negrura en mis manos

Un espíritu negro ha poseído mis manos. Por las noches, cuando me toma, adquiere la sutil forma de pella de un barro oscuro de manganeso. Se confunde con la penumbra nocturna y me difumina la piel en ella, tiñéndola de una evocadora y suave negritud. Yo me miro y remiro y juraría volverme más africano cuanto más acaricio al espectro, que me va transmitiendo su atrayente esencia de puro ébano. No puedo más que dejarme llevar por el hechizo. Tanto color puebla mis extremidades, inspira mis sentidos y me habla de otros yoes por conocer. Alter egos multicolores, escondidos por el mundo, que sin verlos ya me reflejan, me multiplican.

Así, lóbregamente iluminado, empapado de radiantes tonos morenos, imbuido por el hipnotismo del pulcro cieno, dejo que el duende azabache guíe mis movimientos hacia un cuenco inexorablemente inédito. Acompañando, esa barbotina que aparenta ser petróleo y que fluye entre la pieza y mi cuero, vístelo para la ocasión, tiznándolo mientras en silencio dialogo con el cautivador espectro. El agua ha de ser quien me saque de tan grato encantamiento, para no dejar más prueba que la propia criatura y un tenue rastro en una unas cutículas que guardarán el secreto ante los extraños, deseosas de encontrar quien las desvele.

Imagen de portada: Rodríguez de Silva y Velázquez, D., circa . La cena de Emaús. Óleo sobre lienzo, National Gallery of Ireland.